Licenciado en
Literatura y Lingüística UNSA
Maestría en Literatura
Peruana y Latinoamericana por la UNMSM
Docente Asociado de la
Escuela de Literatura y Lingüística UNSA
Docente en la Facultad
de Educación UNSA
Publicaciones:
2002 El amor después del amor (cuentos), Lago
Sagrado, Lima
2004 Técnicas narrativas (manual)
2005 Cómo motivar la lectura (ensayos), Claraboya,
Arequipa
2006 Polifonía del silencio. La literatura en
Arequipa en los diez últimos años (coautor).
2010 Espejos de humo (novela), Cascahuesos,
Arequipa
Reconocimientos:
2010 Finalista Premio
de Novela Corta de la Cámara Peruana del Libro
2012 Copé de Bronce, categoría cuento, con “¡Hierba
santa, hierba santa!”
2013 Mención honrosa
Concurso de Cuento “Mi nieto y yo SURA: Integrando generaciones”
2014 Finalista Premio de Novela Altazor
Esta semana nos reunimos con el escritor
arequipeño Goyo Torres Santillana. Amablemente nos abrió las puertas de su casa
y hablamos acerca de la actual narrativa arequipeña, de la cual indica que es
muy alentador el hecho de que muchos jóvenes se estén dedicando seriamente a la
literatura. Carismático, didáctico y sencillo, nos contó sobre sus nuevos
proyectos, entre ellos uno que saldrá para la FIL de Arequipa. Hace un mes
quedó finalista en el Concurso de Novela Altazor 2014.
¿Hay censura comercial en Arequipa?
Es decir, ¿se prefiere el producto editorial —aquel que va a tener ventas, que
va a ser “exitoso”— al texto literario?
Creo
que todavía no se ha llegado en Arequipa a esos niveles, pero parece que va
encaminándose de a pocos, en este momento no se me viene a la memoria ninguna
experiencia de este tipo. El medio no ha entrado a esa dinámica, como sí ocurre
en Lima. En el caso de las Ferias del Libro de Arequipa hay, digamos, personas
que se dedican a actividades como el liderazgo o a motivar, etc., y sacan ese
tipo de textos, quizá con la idea vender enormes cantidades. Es el caso de Omar
Ordoñez que presentó un poemario y después un texto de liderazgo. Pero lo hizo
exclusivamente con fines comerciales. Creo que en Arequipa todavía no se ha
llegado a ese tipo de fenómeno comercial con respecto de los libros. Además, el
mercado es muy pequeño.
¿Hay novelas históricas en Arequipa
en los últimos años?
Sí.
El libro de Zoila Vega, Cápac cocha,
que por cierto es una de las primeras novelas en publicarse con esta tendencia
en los últimos años. Lamentablemente el texto no ha tenido la acogida y
difusión en espacios de Lima. El tema del centralismo es muy fuerte. Para
opinión de algunos, esta novela no podrá sostenerse conforme pase el tiempo.
Como dijo Borges, el tiempo es el mejor antologador. Después, está mi novela, Espejos de humo. Algunos señalan que
podría ser una novela histórica, pero, en realidad, como la concebí no lo es.
Juego con varios tiempos históricos.
Después
de estas novelas, no se me viene a la mente otras. Yo estoy trabajando algo en
esa línea. Me interesa el tema para hacer una revisión de la historia regional,
pero desde la ficción. Espero que para la FIL de este año salga un cuento que
el 2010 quedó finalista en Copé, Cuando
llegaron los wayruros, ambientada en la época en que los chilenos llegan a
Arequipa durante la Guerra del Pacífico. El cuento narra la experiencia de
niños que juegan a ser chilenos y peruanos en el valle de Vítor. El final de la
narración es muy sugerente, basada además en un hecho histórico.
El aumento de publicaciones
(libros, revistas) en Arequipa ¿se debe sólo a las facilidades que brindan las
nuevas tecnologías?
No
y sí. Yo tengo una hipótesis al respecto: en los ochenta y en los noventa era
más difícil publicar porque no se tenía las herramientas tecnológicas con que
se cuenta hoy. Nosotros mismos cuando éramos estudiantes en los noventa publicábamos
la revista Claraboya —tengo varias revistas de esa época—, y teníamos
problemas: debíamos hacer una serie de gestiones en la imprenta de la
universidad para que nos apoyara con la publicación. En los ochenta era peor,
las publicaciones se hacían a mimeógrafo y en los noventa apareció el ófset. Sin
duda, publicar en esas décadas era bastante dificultoso. Hoy uno puede armar el
texto en su propia computadora, en su propio procesador, darle el formato que
desee y luego reproducirlo: 100 ejemplares y difundirlo. La tecnología sí ha
facilitado la publicación y difusión, pero no sólo es la tecnología. Yo creo
que, como te comentaba hace un rato, por lo menos en narrativa hay un incremento
de gente dedicada a ese género, jóvenes sobre todo: Orlando Mazeyra, Giovanni
Barletti, Álex Rivera de los Ríos, Dennis Arias, Carlos Cornejo-Roselló por
nombrar sólo algunos. Pero también hay gente que toma la literatura con mayor
conocimiento de causa de qué es el texto literario ficcional, como el caso de
Jorge Monteza. Para no quedarme sólo con varones debo mencionar damas: Elena de
Hita, Rosario Cardeña, Zoila Vega. En resumen, hay una serie de jóvenes que están
publicando literatura y creo que no sólo se debe a la facilidad que da la
tecnología. El Nobel de Vargas Llosa quizá haya influenciado en algo para que
se dé este fenómeno, aunque el incremento viene desde los noventa. Un síntoma
similar se nota en la poesía.
¿Qué opina de la narrativa joven de
la ciudad?
A
mí me entusiasma que haya gente interesada y que esté dedicada a escribir, y
que no necesariamente esté estudiando o haya estudiado Literatura. Pero también
hay jóvenes que están estudiando Literatura y obviamente escriben y lo hacen
bien, como Yero Chuquicaña y otros jóvenes más. Y paradójicamente hay más, en
estos momentos, gente dedicada a escribir narrativa que poesía. Por casualidad
la vez pasada vi un ejemplar de El Búho, que ha convocado a un concurso
literario, y en la relación de trabajos presentados veía una desproporción
significativa: había más trabajos en narrativa que poesía. Eso no ocurría
antes. Por tradición, en Arequipa los poetas aparecían en mayor cantidad y no
tanto los narradores; ahora me parece que la cosa se ha invertido. Pero sí me
parece muy bien que haya gente joven que esté interesada en escribir cuento y
novela. Y no sólo hay un tipo o una línea de hacer narrativa, creo que existen
varios circuitos. Hay gente que se está dedicando a hacer literatura
fantástica, el caso de Yuri Vásquez, entiendo que incluso ha sido antologado en
los 10 mejores cuentos fantásticos
publicados en el Perú en el año 2011 —no tengo exactamente la fecha— y está
en esa línea. Uno de sus mejores trabajos en literatura fantástica es, sin
duda, su cuento “Un blues en la noche”. También hay que mencionar a Pablo
Nicoli que tiene toda una saga de literatura fantástica.
Después
tienes gente más pegada a cuestiones realistas, como el caso de Jorge Monteza.
Orlando Mazeyra, que su estilo más bien se parece al minimalismo o el realismo
sucio de Carver, aunque creo que más va por la línea de Bukowski. Pero ya tienes hasta tres circuitos diferentes. Y mi
caso, me interesa mucho el aspecto histórico. Pero también hay otras vertientes
que no necesariamente son éstas. Entonces, este abanico de posibilidades y de
circuitos enriquece la literatura. De hecho, es una experiencia nueva que en
Arequipa se esté trabajando varios circuitos, eso no había ocurrido antes. Todo
este panorama llena de entusiasmo. En algún momento yo conversaba con los
jóvenes y les decía que habría que pensar en convertir Arequipa en la capital
de las letras peruanas en el siglo XXI y ése es un anhelo, un sueño que puede
concretizarse en el futuro. Pero este hecho que haya un aumento de actividad
literaria me llena de entusiasmo, sin duda.
¿Es necesario ficcionalizar
Arequipa?
Sí.
En alguna parte leí que mientras una ciudad no esté ficcionalizada en la
literatura, no existe realmente como ciudad. Las grandes ciudades en el mundo
han quedado perennizadas en la literatura y a partir de la literatura ha circulado
por el mundo. Dublineses, por
ejemplo. Dublín está ficcionalizada en este libro, París en los Miserables, Londres en Oliver Twist y un largo etcétera.
Lima
quizá sea la ciudad más ficcionalizada de la literatura peruana, las grandes
novelas peruanas la tienen como espacio de representación. Y, claro, algunas
otras ciudades pero en menor escala. En el caso de Arequipa es muy pobre
todavía; y sí, yo en algún momento señalé que para que Arequipa se precie de
ciudad grande frente al mundo, el nombre de sus calles, los lugares más
representativos debían aparecer en su literatura. La nominación de la propia
ciudad tiene que estar en sus cuentos, novelas y poesía. Recuerda que la
literatura construye identidad.
¿Arequipa está representada
literariamente?
Se
está en eso. Hay dos tradiciones en el caso de Arequipa, la tradición poética en
nuestro caso es larga; uno puede rastrear la poesía hecha en Arequipa desde la
época colonial, como hace Tito Cáceres, por ejemplo, en La literatura arequipeña. Eso no ocurría en el caso de la
narrativa, creo que el fenómeno de la narrativa y la explosión que se inicia en
los 90, lo que José Gabriel Valdivia llamó le
petit boom, el pequeño boom de la
narrativa arequipeña, recién se está notando en estos días. En el caso de la
narrativa creo es un fenómeno bastante nuevo y recién va tomando cuerpo. Yo, en
lo personal, espero que en los próximos años aparezca la gran novela arequipeña
y que sea, además, la gran novela peruana. Ese es mi anhelo, un sueño para la literatura arequipeña.
Pero
son dos tradiciones, la tradición poética y la tradición narrativa. La
tradición de la dramaturgia, más bien, casi no existe en el caso arequipeño. No
hay mucha gente dedicada a esto. Hay uno o dos casos que han publicado
esporádicamente textos teatrales, pero somos muy pobres en dramaturgia. En
Lima, la dramaturgia se está tratado de impulsar muchísimo con la convocatoria
a concursos. En el caso arequipeño, lamentablemente, no. Carecemos de esta
tradición, gente que escriba textos teatrales. Esa es otra vertiente que falta
desarrollar, impulsar, motivar entre la gente joven.
¿Por qué la literatura fantástica no está tan desarrollada en el Perú?
En
general la literatura latinoamericana es realista porque el realismo tiene
pretensión mostrar una realidad, criticarla y proponer vías de solución. Por
eso la literatura realista es una literatura muy pegada a lo ideológico-político.
Y como América Latina, y el caso peruano en particular, no hemos resuelto los grandes
problemas de la pobreza, la corrupción, la desigualdad social, entonces nuestra
novela es ganada por esta realidad cruda. El arte se alimenta de ella.
La
literatura fantástica se desarrolla más en sociedades que han solucionado estos
problemas. ¿Por qué surge con fuerza la literatura fantástica en Europa o
Norteamérica? Pues sencillamente porque solucionaron los problemas básicos y
empiezan a preocuparles otras cosas. Esa es, para mí, la explicación de que la
literatura peruana, ergo la latinoamericana, sea todavía realista. Incluso la
novela del boom latinoamericano, a
pesar de lo real maravilloso, es una literatura realista.
Cierto
que en este momento existe incremento de la literatura fantástica. Hay un buen
número de escritores que se está dedicando a esta vertiente, pero todavía no
llega a tener un volumen significativo de publicaciones. En el caso peruano, la
mayoría de escritores fantásticos, desde la concepción occidental, está en
Lima.
En
el resto del país más bien la literatura fantástica es la literatura
relacionada con las tradiciones y los mitos orales andinos. Es otro tipo de
literatura fantástica que no tiene que ver con los cánones de la literatura
fantástica como se entiende en occidente. Ese es otro tema y muy problemático
de abordar.
Los héroes de las últimas novelas
arequipeñas son letrados, como en Acuarelas,
El nido de la tempestad y Espejos de humo. ¿Qué opina al respecto?
Quizá
esto se deba a que quienes están produciendo esta literatura es gente letrada.
No podría ser de otra manera, pero, además, creo que el hecho de que la
sociedad contemporánea demande o imponga la letra como herramienta para
podernos insertar en el mundo, es un elemento que no se puede evitar. La
conciencia escrituraria ha copado de tal manera que invisibiliza otros espacios
existentes, y ése es mi caso. Aunque en ¡Hierbasanta,
hierbasanta!, la protagonista es una niña del mundo andino que asiste a una
escuela, pero prima en su visión el mundo andino oral y la cultura popular.
Pero
en la novela Espejos de humo sí, los
personajes son letrados. Y en novelas de otros autores arequipeños se produce
el mismo fenómeno, pero yo creo que se debe a lo que he mencionado antes: el
predominio de la conciencia escrituraria sobre lo oral y popular. Y es bien
difícil darnos cuenta de eso. En el fondo es una paradoja, la escritura es una
herramienta que nos sirve para insertarnos en el mundo moderno, pero también es
una herramienta que margina otros espacios como el mundo de la oralidad y lo
popular.
¿Cuáles son sus preocupaciones
formales al momento de escribir?
Yo siempre he dicho que no hay recetas para
escribir. En lo personal, puede que surja un tema en las circunstancias menos
esperadas, a veces en una conferencia, cuando estoy trotando; en las propias
clases se me ocurren cosas que podrían ser tema para escribir. Entonces, lo
primero que debo tener es un tema, una historia que contar y esa historia puede
surgir en cualquier circunstancia. Para que no se me olvide, anoto la idea en
lo que tenga a mano. Luego va madurando. No hay un tiempo específico, puede ser
un día o dos, a veces semanas o meses hasta que toma cuerpo la idea y se convierte en historia. Con esto sigo un
consejo que me parece pertinente: García Márquez, en uno de sus talleres, decía
que nunca debería alguien sentarse a escribir si es que no tiene una historia
completa, incluso si esta historia quepa en tres palabras, pero tener la
historia completa.
Para mí, ese consejo funciona. Una vez que
tengo una historia más o menos funcional escribo y lo hago a mano. A mí la
computadora me trunca la imaginación; en cambio, cuando escribo a lápiz fluye
muchísimo más. Decía, paso una primera versión que puede tener una página o
tres o cuatro o cinco; eso depende, y luego viene el proceso de corrección. Ese
primer manuscrito —y realmente es manuscrito porque escribo a mano— lo paso a
la computadora y lo imprimo. Ahí arranca el proceso de corrección. No puedo
corregir en la computadora, tengo que corregir en impreso. Eso quizá porque soy
parte del mundo de la escritura y del papel, no de la pantalla todavía, creo
que los jóvenes están más capacitados en eso.
El
proceso de corrección es interminable. Lo que puede haber empezado en tres
páginas, termina en cinco o viceversa. Y en ese proceso de corrección el texto
cambia muchísimo, se perfeccionan los personajes, se define la estructura y
casi no acaba este proceso. Luego, dejo dormir el escrito, dejo que el texto
descanse, una semana o dos, entre más tiempo mejor. Si lo retomo después de
tres meses voy a notar cosas que no había detectado en un primer momento:
adjetivos o palabras que se repiten, artículos redundantes en el mismo párrafo.
La
distancia, el tiempo, permite identificar errores estructurales y de lenguaje.
Y es así, la corrección es casi interminable. En mi caso un texto empieza a
funcionar cuando puedo leerlo con fluidez y sin la necesidad apremiante de
seguirle metiendo mano. Leo y corre la lectura sin obstáculos. Entonces digo:
esto ya está funcionado. Ése es mi procedimiento. Creo que cada quien tiene su
manera de trabajar. No hay una receta para escribir.
El
amor después del amor
es un libro de cuentos muy nostálgico. ¿Cómo se gestó el libro?
Es
un libro de juventud. En lo personal, creo que es un libro bastante irregular,
me hubiera gustado trabajar mejor algunas cosas, pero hay mucha gente a la que
le gusta como está. “Café express” fue antologado por Jorge Luis Roncal en el
2009 en Mural de palabras, y ha
circulado en colegios en la zona norte del país. Lo publicó EDUCAR, que es —me
parece— un sello o, por lo menos, una subsidiaria de Arteidea. A otros les ha agradado
más “Arqueología” que se incluye en la colección Sillar, “Boleros” gusta a
muchos. En fin, reitero, en lo personal me hubiera gustado trabajarlos mucho
más. Pero ese libro cierra la etapa de estudiante. Quizá funcione como
testimonio de un momento y está bien que sea así. El libro que se defienda solo.
El
primer cuento que ganó un premio fue “Balada para Ivonne” en 1990 y con ese
texto arranca el libro. Y cierra con otro cuento premiado, “Boleros” de 1994.
Luego, por la cuestión de mis estudios en San Marcos, dejé de producir ficción
y he escrito más trabajos académicos: crítica, ensayos etc. hasta el 2010. Después
de ese tiempo, he regresado con otra visión y más fuerza a la ficción. De esta
segunda etapa es todo lo que ha venido luego, la novela Espejos de humo, los cuentos de Copé, la novela que acaba de quedar
finalista en el concurso Altazor, Hay
otras formas de volver, de la que quiero reformular algunas cosas. Además tengo
otro libro de cuentos listo para ser publicado. Todo esto es trabajo de los
últimos cinco años.
Espejos
de Humo
critica el desconocimiento que tenemos de nuestro pasado, eso queda claro desde
el epígrafe. ¿Nos puede contar algo sobre la producción de la novela?
Esa
pregunta es muy interesante porque entre otras cosas mi propósito es hacer una
reescritura de la historia, porque la ficción sirve para eso, la literatura
construye, sugiere e implanta narrativas, puede modular, moldear, el imaginario
social de los lectores. Tengo dos ejemplos: el cuento que quedó finalista en el
Copé 2010, Cuando llegaron los wayruros,
y mi novela Espejos de humo.
Cuando llegaron los wayruros es
un cuento que está ambientado en la guerra con Chile. Al final del cuento los
niños hacen huir a la tropa chilena que había llegado al valle de Vítor.
Lo
que quiero es jugar con la historia, porque el hecho real es que los chilenos
llegaron al valle de Vítor, me contó mi abuela, y en la historia sabemos que
perdimos la guerra con Chile, pero en la ficción, en este cuento, los niños
vencen a las tropas chilenas, los hacen huir. Lo que pretendo implantar en la
mente de los lectores es justamente eso, voltear la historia, la historia al
revés. La historia dice que perdimos la guerra con Chile, pero a partir de la
ficción quiero cambiar la versión.
Con
la novela Espejos de humo ocurre lo
propio. Por eso la cita de Basadre sobre una obra de Miller en el epígrafe en que
dialogan Dios y el Diablo. En esta cita, Lucifer pregunta: “¿Cómo se puede
cambiar el pasado?”. Y Dios responde: “La gente no se acuerda de nada y basta
con soltar algunos documentos”. Se inventa la historia, y la historia es eso,
una narración, una invención, y lo que pretendo justamente con la novela es
desmitificar la imagen de Bolívar. Históricamente, Bolívar contribuyó muchísimo
al proyecto de la Independencia en América Latina, no sólo el Perú; por eso se
le considera el libertador de cinco naciones, pero también fue humano como
cualquiera.
En
la historia ha primado la figura mítica de este personaje. En la novela quiero
mostrar su lado humano: tenía sus propias ambiciones, sus propios intereses.
Bolívar cobró por la campaña libertadora y esa es la primera deuda externa con
la que se inicia la República peruana. La suya no fue una expedición de buena
voluntad, sino un proyecto económico-político. Además, por aquellos años, el
Congreso peruano le donó un millón de pesos de la época. Pero, además, juego
con otras cosas, con otros datos. La novela está ambientada en la época en que El
Libertador llega a Arequipa y también ahí quiero mostrar algunas cosas que la
historia silencia. Cuando Bolívar llega a Arequipa las familias arequipeñas
aristocráticas organizan una fiesta, grandes comilonas y bebida, en lo que hoy
es la avenida Lambramani, donde quedaba una hacienda, y allí ponen a
disposición de Bolívar a sus hijas en edad casamentera, quince o dieciséis
años. Eso no se difunde en la historia. En la novela intento ficcionar eso.
Juego
también con otros elementos que ya son de la ficción. El verdadero Bolívar no
es el Bolívar que finalmente quedó en el imaginario, se cree que no terminó el
proyecto como cuentan los libros históricos, sino que habría muerto antes. En
esa época no había fotografías. Los cuadros que los artistas pintaban no
necesariamente eran fieles y también era otro proceso de figuración. Mucha
gente no había visto a Bolívar.
Era obvio, no se contaba con los adelantos que
en estos momentos tenemos, podemos conocer al presidente coreano o al
presidente de Estados Unidos, porque lo vemos en televisión. En ese tiempo se
oía hablar por rumores, pero nunca lo habían visto. Además, históricamente
Bolívar empleada estrategias para resguardar su vida, jugaba con dobles, su
doble podía estar en un lado, pero él realmente estaba en otro. En la novela me
valgo de esa idea introducir la ambigüedad.
La
intención final es cuestionar la historia oficial y reinventar la historia, la
historia que tenemos como cierta pero que en realidad también es un relato.
¿Prepara nuevas publicaciones?
Sí.
Como ya te he mencionado espero que Cuando
llegaron los wayruros salga para la FIL de Arequipa. Me han dicho que va a
ser para noviembre, este cuento es más o menos extenso, se calcula que va a
tener entre cincuenta o sesenta páginas. Me han prometido que va a tener
ilustraciones y está dedicado, en realidad, al público juvenil.
Por
otro lado, tengo casi concluida Hay otras
formas de volver, que es una novela de doscientas páginas. En realidad,
quiero trabajarla un poco más, así que espero esté lista para el próximo año.
Lo que sí tengo acabado es un libro de cuentos, no creo que salga este año,
quizá el próximo. Eso es lo más
inmediato.
Aparte
estoy trabajando en dos proyectos más: una novela corta y otra que, calculo,
demandará unos tres o cuatro años de trabajo y que también va ser de tema
histórico. Esta vez estoy pensando trabajar con la espada de Bolívar, que es un
mito también. La espada de Bolívar ha circulado en América Latina por todos
lados, hay una espada en Lima, pero hay otra en Colombia, en Venezuela. Esos
son los textos que tengo concluidos y los proyectos que espero trabajar en los
próximos años.
Recomiéndenos tres libros de
autores arequipeños
Yo
empezaría recomendando la lectura de la novela de Yuri Vásquez, El nido de la tempestad.
Después
recomiendo el libro de cuentos de Jorge Monteza, Sombras en el agua, que ha tenido por cierto muy buena acogida.
Recomiendo el libro de cuentos de Dino
Jurado, Sigo corriendo.
También
recomiendo el libro de cuentos de Mazeyra, aunque, en lo personal, de sus tres
libros publicados, me gusta más el primero (Urgente:
necesito un retazo de felicidad), porque las historias son mucho más
redondas que el último que ha sacado, Mi
familia y otras miserias; ahí el lenguaje está bien trabajado pero las
historias no llegan a concluir, terminan mal.
Después
hay muchos otros. Yo rescataría, por ejemplo, otros textos, no de los últimos
años, el libro de Fernando Rivera, Barcos
de arena, es un muy buen libro de cuentos publicado en el 1994, creo que es
uno de los libros de cuentos mejor logrados en la narrativa arequipeña y
peruana.
El libro de Mary Ann Ricketts, Tentaciones de Ariana, es un buen libro.
De
otras épocas, nos hemos olvidado de la novela Los juegos verdaderos de Edmundo de los Ríos. Habría que rescatar
ese libro. Es una gran novela, cargada de un sesgo político, sí, y que quizá
eso es lo que más o menos estigmatiza al libro, pero es una buena novela. Y en una
época, antes de que se publicara La casa
verde y En octubre no hay milagros,
esta novela de Edmundo los Ríos está proponiendo formalmente cosas diferentes.
Además, es una novela de juventud, la escribe a los veintitantos años, de
manera que es una de las novelas olvidadas que tenemos que rescatar en el caso
arequipeño.
Recomiéndenos autores peruanos
De
los que he leído en los últimos tiempos, Oscar Colchado Lucio es un autor que
ya merece tener un espacio más amplio del que hasta ahora le han asignado, es
muy buen narrador, quizá lo que lo estigmatiza y hace que un sector de la
crítica, limeña básicamente, lo deje de lado, es su tendencia al mundo andino. Hombres de mar, su novela, publicada por
Alfaguara es una buena novela. También hay que rescatar sus cuentos, es un
cuentista magistral, en su momento ganó el Copé, el concurso más importante del
país con Cordillera negra, que está
plagado de mitos; igualmente su novela Rosa
Cuchillo.
Hay
que revalorar más de lo que se ha hecho a Oscar Colchado Lucio, quizá sea el
mejor narrador de prosa surgido en los ochenta junto con Alonso Cueto, que es
otro autor que recomendaría. Este último ya tiene un espacio ganado incluso a
nivel internacional pero creo que de los autores vivos que tenemos, Vargas
Llosa y Bryce no necesitan mayor presentación, corresponden a otra época, el
primero pertenece a la generación del cincuenta, y el segundo a la generación
del setenta.
De
Alonso Cueto hay que leer todas sus novelas, Deseo de noche, El susurro de
la mujer ballena, Grandes miradas,
La hora azul y sus cuentos. Cueto y
Colchado surgen en los ochenta y a mí me interesan por distintos motivos, no
diría que uno es mejor que otro, creo que son vertientes distintas. Mientras
Alonso está más por la narrativa desde una visión, digamos, de la ciudad
occidental, aunque su novela La hora azul,
que ganó el Premio Herralde, toma el tema de la violencia, se mueve por el
espacio andino pero en realidad es una mirada desde la costa al tema de la
violencia. En el caso de Oscar colchado Lucio, más bien está en el espacio
costeño, pero su mirada, el lugar de enunciación, es desde el mundo andino. Son
dos vertientes diferentes.
Y,
claro, habría que leer a otros autores, Bellatín me parece que es un autor al que
hay que seguirle los pasos, porque tiene una entrada distinta a otros escritores.
También hay escritores de otras regiones como Luis Nieto Degregori, el
cusqueño,
o el propio Mario Guevara Pantoja, autor de Cazador de gringas.
Después sugiero autores de otras ciudades,
Motta Zamalloa en Tacna, que también está produciendo; Juan Torres que tiene
una novela publicada en los últimos años, también es tacneño.
En Puno tenemos a
Feliciano Padilla, hay que seguirle los rastros.
Y así, cuando hablamos de
literatura peruana no hay que concentrarnos básicamente en Lima, sino también
en las otras regiones, tanto norte, centro y sur.
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